Cuando el mundo se cuela en los Premios
Los Premios Príncipe de Asturias –ahora con el género trastocado por los azares dinásticos– siempre quisieron ser a la vez escaparate y ventana, proyector y bomba de succión. En ambos casos, interponiendo en el artefacto el tamiz de la excelencia. Se trataba de exhibir una determinada imagen de Asturias y de absorber hasta el periférico y a menudo ensimismado territorio asturiano un muestrario de la créme del saber y el hacer del momento con un cierto espíritu de masaje al ego colectivo y vidas ejemplares para una región deprimida. Pero en ocasiones los Premios han adquirido una altura política más allá de su programa. En ellos dio su primer discurso oficial el ahora monarca Felipe VI. Y en ellos se vivieron momentos antes y después tan inconcebibles como la recepción conjunta del galardón de la Concordia por Yasir Arafat e Isaac Rabin, en 1994. Un eco del Nobel de la Paz de aquel mismo año que el jurado reiteraba en Asturias por «su decisivo esfuerzo para crear las condiciones de paz (…) que deben conducir a la pacificación definitiva del Próximo Oriente». La historia de esta imagen y sus protagonistas acaba unos años después con polonio radiactivo y un balazo por la espalda.