1923: Asturias en un año de cambios
Por J.C. Gea
La Voz de Asturias nació en un año crucial. 1923 marcó un punto de inflexión dentro del largo ciclo histórico que se había iniciado medio siglo antes con la Restauración, y acabaría colapsando en julio de 1936 con la II República de por medio. El diario fundado por José Tartiere vio la luz el 13 de abril, a un par de semanas de unas elecciones a Cortes y cinco meses antes del golpe de Primo de Rivera y su dictadura, un intento de rescate de la desprestigiada monarquía borbónica que, sin embargo, iba a acelerar su deterioro definitivo. En términos políticos, sociales y económicos, en España iban fermentando a un ritmo desigual pero continuo las contradicciones y conflictos que terminarían en guerra civil. Europa se reponía de otra guerra, y en la península las cosas pintaban mal a principios de la década de los 20. Cundía la conciencia de un final de ciclo; se anhelaba un cambio drástico que empezase por la desprestigiada figura de Alfonso XIII y sanease a fondo la estructura política del país, infectada por el caciquismo, la corrupción y ineficiencia del agotado sistema del turno de partidos, incapaz de renovarse democráticamente y canalizar la creciente pujanza política de las masas.
En Asturias todo esto era especialmente visible. La región entró en los años 20 especialmente atribulada, tras la euforia del período de bonanza industrial, mercantil y financiera propiciado por la neutralidad española en la I Guerra Mundial. Mientras los competidores económicos se desangraban en sus guerras, el carbón asturiano, la siderurgia, la producción química, la hidroeléctrica e incluso las artes gráficas conocían un período de expansión que sacaba el máximo partido del proceso de industrialización emprendido a finales del XIX… aunque siempre bajo la dependencia de una producción hullera a su vez extremadamente dependiente de lo que sucediera fuera de Asturias, fuesen las guerras europeas o el proteccionismo estatal. Aun así, el sector parecía mostrar una aparente mejoría en 1923: 3,7 millones de toneladas de producción frente a los 2,5 de 1922 y casi 3.000 empleos más que este último año, con unos 30.000 mineros trabajando en las 790 minas que operaban en Asturias aquel año.
Pero el tono era aun así de resaca. La posguerra de esta guerra ajena también estaba resultando dura para los asturianos.El armisticio había devuelto las cosas a sus cauces, después de los años en los que entraron capitales como nunca antes, los salarios mejoraron y se alcanzó una cierta paz social. Pero, como suele suceder, el dinero fácil había cegado la previsión. La mayor parte de las ganancias se malgastaron en salvas, y no en reinvertirlo para consolidar las infraestructuras productivas o las comunicaciones de una región siempre marcada por su aislamiento geográfico.
Con todo, si la realidad ya no podía ser del tiempo de guerra, tampoco se podía regresar a los años precedentes. El Principado cambiaba a ojos vista. La vuelta a cualquier idílica Aldea perdida se empezaba a revelar imposible en una Asturias que dejaba de ser eminentemente rural y campesina. La Vetusta de Clarín empezaba a cambiar, aunque con más lentitud que otras zonas del país, como Gijón que crecía y mutaba casi de un día para otro. Las cuencas mineras alteraban definitivamente su paisaje y también incrementaban su población. En 1923, el Principado superó los 750.000 habitantes merced a un ritmo de crecimiento de casi 60.000 almas por década desde 1900. Y eso que la emigración, incluso después del trauma cubano, seguía atrayendo a ultramar a una parte importante de la población. La figura de los indianos –uno de los factores del cambio económico gracias a la repatriación de capitales y la inversión en mejoras en sus localidades de origen– mantenía encendido el sueño de las Américas. En un siglo, entre 1835 y 1930, más de 300.000 asturianos habían cruzado el Atlántico buscando su futuro en Cuba, Argentina, México… Y ese flujo no se había detenido a la altura de 1923. Todo lo contrario. A lo largo de la década de los 20, más de 80.000 pasajeros dieron el salto: once de cada millar de asturianos. Solo en 1923, serían casi 10.000 los emigrados.
Del campo a la industria
Los que se quedaban aquí tampoco se dedicaban necesariamente a lo mismo que sus padres y abuelos ni lo hacían del mismo modo. Al empezar el siglo, más del 60 por ciento de la población trabajaba en el campo, con cultivos y ganadería de subsistencia, y la industria, incluso en plena expansión, no pasaba de aportar el 14 por ciento de empleos; en 1923 esa preeminencia se había equilibrado y tendía definitivamente a invertirse. Siete años después, entrando en los 30, la industria ya superaría en 4 puntos porcentuales a un sector primario que había descendido hasta el 37,6 por ciento. Los servicios también crecían con vigor, concentrados en satisfacer las demandas de una Asturias cada vez más urbana, que había iniciado sin remisión posible el proceso de concentración demográfica en el área central, desde la costa a las cuencas mineras, mientras que en las áreas rurales los pequeños cultivos tradicionales iban dejando paso cada vez más a la ganadería y la producción de leche y derivados. La flota pesquera era también más fuerte que nunca, notablemente modernizada y adaptada a nuevas técnicas de captura y conservación.
En esa reconfiguración de Asturias se perfilaba también, cada vez más extremada, la rivalidad entre Oviedo y Gijón. No era mera cuestión de localismos. Era una contienda profundamente social y política. Basta con echar un ojo, por ejemplo, a las páginas de El Carbayón, órgano del conservadurismo y del catolicismo en una ciudad cada vez más orientada a la administración y los servicios, (o las del recién nacido y también conservador La Voz de Asturias) y confrontarlas con las de El Noroeste, el diario gijonés vinculado al hombre fuerte de la Asturias del momento: el republicano, laicista, demócrata y reformista playu Melquíades Álvarez, que unos días después de la apertura de La Voz, el 29 de abril de 1923, vivía el punto álgido de su carrera política al colocar 18 diputados de su Partido Reformista en el nuevo Congreso y obtener la presidencia de la Cámara. Quizá hubiese sido una oportunidad extraordinaria para hacer valer intereses asturianos en Madrid o incluso para consolidar un partido de rango nacional. Pero no habría tiempo para averiguarlo. Primo de Rivera cambió el tablero de juego bruscamente. En la euforia de su abril del 23, el reformista gijonés difícilmente podía imaginar que tendría que disolver su partido al año siguiente.
Frente a este Melquiades cada vez más conservador y a un Partido Reformista a menudo emulando el caciquismo de los años del factótum Pidal y Mon, conservadores, liberales y republicanos perdían terreno y las izquierdas lo ganaban. Naufragado el turno de partidos, las derechas asturianas se reorganizaban bajo la bandera del regionalismo, que intentaba con relativo éxito buscar su lugar bajo el cielo asturiano predicando un apego a Asturias por encima de las ideologías que, en realidad, encubría posiciones políticas muy conservadoras, incluso alimentadas por el tradicionalismo carlista en formaciones como la Liga Pro-Asturias o la Junta Regionalista del Principado. Juan Vázquez de Mella, Nicanor de las Alas Pumariño, cuñado del fundador de La Voz de Asturias, o el muy influyente banquero Ignacio Herrero se agrupaban en este flanco ideológico, muchos de cuyos políticos pronto se pasarían a la Unión Patriótica del dictador Primo de Rivera buscando los vientos del momento.
Pujanza obrera
Pero en el resultado de las elecciones de abril apareció otro dato muy significativo por lo que respecta a Asturias: la irrupción, por primera vez entre los electos de la circunscripción, de un representante del Partido Socialista Obrero Español. Era un indicio de la pujanza del movimiento obrero y sus derivaciones políticas como de la moderación que permitía una proximidad con las instituciones. La combatividad se había atemperado en una cierta paz social sustentada sobre la mejora de salarios y sobre la progresiva mejora de las condiciones de trabajo, que haría que en estos años se implantase la jornada de 8 horas frente a la de 11. Pero esa situación se fue resquebrajando de nuevo cuando el fin de la guerra empeoró la situación. En los primeros años de la década de los 20 los conflictos se habían reactivado y se radicalizaban las posturas.
Muchos obreros, muchos mineros en particular, sentían que el SOMA ya no era su cauce de acción. La imagen de Manuel Llaneza, el fundador del sindicato, despachando con Primo de Rivera escocía a muchos de sus militantes. En 1923, el que había llegado a ser un poderoso sindicato (más de 30.000 solo tres años antes y una década justa después de su fundación: ocho de cada diez mineros asturianos) acusaba una espectacular sangría de afiliaciones. En cuatro años, entre 1918 y 1922, había perdido nada menos que un cuarto de sus afiliados. Las brechas eran varias y profundas: el distanciamiento entre bases y dirigentes, la pugna con la CNT, con arraigo creciente en Asturias y en Gijón muy en particular, y la competencia, también en ascenso, de los comunistas, que habían irrumpido en escena con una enorme capacidad de seducción tras el estallido de la Revolución soviética. Los anarcosindicalistas acababan de constituir su Federación Regional y rozaban los 20.000 afiliados.
Por su parte, el PC había fundado su sección asturiana en 1921 y había conseguido arrastrar rápidamente esa cuarta parte de socialistas desencantados del SOMA-UGT., algunos de ellos expulsados por el propio sindicato. Anarquistas y comunistas confluirían pronto en el Sindicato Único de Mineros. Asturias se calentaba por momentos. En 1923 aún no se había olvidado en Asturias, ni mucho menos, la conmoción por los llamados «sucesos de Moreda», en los que un enfrentamiento entre sindicalistas socialistas y católicos había acabado con 12 muertos y 35 heridos.
Ideología y masas
Eran los afloramientos más violentos de un proceso de cambios profundos que impregnaban toda la vida de los asturianos, cada vez más ideologizados y más integrados en las nuevas dinámicas de masas a todos los efectos. Las nuevas ideas llegaban a través de canales de educación y formación que oscilaban entre el paternalismo y el laicismo emancipador, en una línea que venía del reformismo educativo de la Extensión Universitaria o el Ateneo Obrero de Gijón, la Universidad Popular e impregnaba proyectos más radicales y modernos como la Escuela Neutra Graduada o la Escuela Laica de Figueras. Prosperaban además las entidades asociativas obreristas de todo cuño. Pero no había que echar las campanas al vuelo. El analfabetismo seguía enquistado en Asturias, incluso ralentizado o paralizado respecto a las mejoras de inicios de siglo, puede que por el exceso de demanda de escuelas y por el uso de obra infantil. Aun así, en 1923 se ponían en marcha planes para la ampliación de la escolarización.
Se perfilaba una Asturias cada vez más laica y descristianizada en la que, por reacción, la Iglesia se rearmaba ideológicamente con iniciativas como la combativa Liga de Defensa Eclesiástica o con experimientos de sindicalismo vertical como los sindicatos católicos. Y los periódicos, cada vez mayores y más profesionales, lo contaban todo, conmocionando a la opinión pública con sucesos como el atraco al Banco de España del 1 de septiembre y el posterior rescate y fuga de la legendaria partida anarquista de Durruti, Ascaso y Sáenz Escartín. La letra impresa ganaba peso, capaz no solo de recoger los hechos y de armar prédicas políticas o moralizantes, sino de empezar a influir en verdaderos movimientos de masas. Una influencia que se vio con claridad en la sorprendente recepción ofrecida en Oviedo y Gijón a los jugadores asturianos que consiguieron ganar en febrero de 1923 la Copa del Príncipe de Asturias de Fútbol. La clamorosa, casi histérica acogida a los «héroes», avivada por los periódicos, evidenciaba también la emergencia del ocio de masas, con el cine como el espectáculo por antonomasia.
Pero Asturias seguía mirando fijamente hacia su pasado y sus rasgos tradicionales, idealizados o no, en 1923. Mientras entraba tímidamente en la modernidad cultural y decididamente en su contemporaneidad política, el Rexonalismu conseguía conectar con un público sensible a sus postulados a través de autores como Pachín de Melás y Pin de Pría, mientras otros escritores o intelectuales trabajaban más silenciosamente poniendo las bases del asturianismo literario. Valle y Piñole pintaban esa Asturias con idéntico buen predicamente, y compositores como Martínez Torner ponían música a una región que seguía inspirando a los artistas con su belleza mientras, a su alrededor, todo se polarizaba y empezaba a precipitarse hacia los dos grandes hitos de la década siguiente: 1934 y 1936. Dos acontecimientos que, en aquel año de cambios de 1923, empezaban a ser, si no vistos como inminentes, sí claramente concebibles en la mente de cualquier asturiano.